Julio González del Campo. Psicoanalista. Psicólogo clínico - Productos, ofertas, noticias

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En qué creen los niños del siglo XXI

2015.12.05

Vamos a partir de una pregunta: ¿cuál es el estatuto del niño en el siglo XXI?.

Si se la hiciéramos a Freud nos respondería que es lo que los padres tienen de más valor en la medida en que el niño ocupa pare ellos el lugar de un ideal que va a velarles algo de su propia falta. En el deseo de tener un bebe, éste, el bebe, puede ocupar el lugar del doble de los padres, puede ser el portador de sus fantasmas, de sus proyectos no realizados, de sus ambiciones personales. El niño adviene a su existencia, por tanto, unido a esta trama de expectativas, podríamos decir que existe en tanto síntoma de la verdad de la pareja parental, y va a ser en dicha trama en dónde él mismo habrá de establecer su verdad, su posición y su deseo.

Sin embargo, esta posición del niño en tanto objeto valioso no le libra de los riesgos del abuso, los riesgos de un mal uso. Como Freud constata al analizar la naturaleza del tabú al objeto privilegiado se le venera tanto como asimismo se le odia.

Si bien el niño ocupa este lugar de ideal, de objeto de lujo como señala el psicoanalista Eric Laurent, puede ser a su vez el objeto de la  satisfacción, pulsional, el objeto de una exigencia, un objeto de goce.

 El niño se convierte en un objeto que puede ser diseñado, programado a gusto del consumidor, el color de su pelo, su sexo, el niño viene a ocupar entonces el lugar no tanto de un deseo como de una exigencia, apoyado técnicas médicas y técnicas de adopción sofisticadas.

Podemos incluso considerar que con el establecimiento del mapa genético es posible intervenir en el niño de cara a predecir su futuro, lo que va a traer importantes beneficios económicos a determinadas empresas. El niño se desliza de este modo al lugar de un objeto lucrativo así como objeto del saber científico.

Hace un tiempo, en un artículo en relación a la posibilidad de concebir y de diseñar, gracias a la manipulación genética, niños que fueran la fuente de células madre necesarias para la curación de sus hermanos, se preguntaba el autor qué es lo que estos niños, así concebidos, van a decir un día, cuáles van a ser la ficciones que ellos van a poder articular en torno a su existencia.

Tenemos entonces la idea freudiana  del deseo de niño en relación al ideal de los padres, del niño valorado, idealizado, del niño con un valor precioso, pero en donde queda abierta la posibilidad de un mal uso de dicho objeto apreciado. Tenemos también la perspectiva del niño como objeto de la satisfacción, del niño como lo que viene a obturar y taponar la falta, del niño como una exigencia, correlativa a la producción del niño como una mercancía; perspectiva que asimismo desliza la posición del niño al riesgo, al maltrato, al abuso. Podemos preguntarnos ahora esta bascula de qué discurso es efecto. Voy a plantear dos aspectos que forman parte del discurso contemporáneo y que pueden sernos útiles.

En la actualidad el progreso del discurso de la ciencia aliado al capitalismo trae como consecuencia el poner al niño como correlato del establecimiento de la infantilización social, de la infancia generalizada, es decir, la producción de los gadgets, de los objetos de goce gracias al discurso de la ciencia promueve la uniformización, el todos iguales, y por ende una irresponsabilidad frente a la diferencia. Como dice Malraux ya no existen las personas mayores, o como señala Bruckner el siglo XXI vive “la tentación de la inocencia”: es decir, el infantilismo y la victimización como rasgos de la subjetividad de época, el procurarnos una irresponsabilidad que nos permita zafarnos de las consecuencias de nuestros propios actos.

Se trata de un discurso de la infantilización que en última instancia abre las puertas a los procesos de segregación. Es un discurso que tiene al niño como correlato, es decir, posibilita esta báscula del niño a la posición de objeto de la satisfacción y de la exigencia.

El otro rasgo característico del discurso contemporáneo lo constituye su propia fragmentación. Freud en 1932 nos dice “en nuestra época no existe una idea a la que pueda conferirse semejante autoridad unificadora”[1], lo que a inicios del siglo XXI podemos traducir por la fragmentación de la civilización, el fracaso de una instancia colectiva que trae como consecuencia  la multiplicación de las diferentes comunidades. Este es un hecho que pone de manifiesto algo que nos interesa a la hora de considerar en qué consiste una creencia, en qué consiste una ficción. Hoy más que nunca podemos ver con claridad el modo bajo el cual el sujeto se inscribe en tales comunidades, no solo por medio de una pertenencia significante, es decir, un ideal, una identificación, una creencia, una religión, lo cual se da,  sino en la medida en que tales comunidades expresan asimismo un modo de vida, sirven para compartir una práctica y una forma de vida, expresan un modo de goce, es decir dan cuenta de un hecho de discurso, o como señala el psicoanalista Jacques Lacan, son comunidades que dan cuenta de una raza de discurso. Es lo que divide, lo que funda el racismo de nuestra época.

Quisiera ahora mencionar lo que podríamos considerar como dos grandes ficciones acerca del niño. La primera de ellas parte de Hegel. En Principios de la filosofía del Derecho Hegel enuncia que la necesidad de ser educados existe en los niños como un sentimiento que les es inherente y es el de no estar satisfechos con lo que son. Es la tendencia, el empuje a pertenecer al mundo de las personas mayores que adivinan superiores, el anhelo de llegar a ser mayores.

Es tal vez una ficción de finales de siglo XIX y principios del XX, una ficción heredera de la ilustración y que considera al niño como un ser a la espera de ser educado, que hay algo de la transmisión entre las generaciones que es necesario para convertirse en humano, pero que también considera al niño como una esperanza de futuro para la humanidad.

Es también la idea, que por ejemplo, plantea Hannah Arendt cuando en su texto “La crisis de la educación” señala que para preservar lo nuevo que cada niño trae al mundo es preciso que la escuela sea la depositaria del discurso educativo, es preciso que los adultos se hagan responsables del mundo que transmiten le gusten o no.

Pero hoy en día ¿sigue aún vigente esta ficción?.

La otra gran ficción contemporánea es la Declaración de los Derechos del Niño, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en noviembre de 1959; y su epígono de la Convención de los Derechos de la Infancia, aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1989 y ratificada por el Estado Español en 1990. Se trata de una ficción que surge del mundo de lo político-jurídico, del todos iguales, y que ha transcendido a todos los campos. Supone sin lugar a dudas el marco en el que nos movemos, funciona como instancia colectiva que articula los diferentes discursos sobre el niño. Es la idea del niño como sujeto del derecho, del supremo interés del menor, por encima incluso de otras consideraciones, como por ejemplo los lazos de filiación. Es una ficción del niño solidaria y correlativa, entre otros aspectos, de las nuevas reorganizaciones del contrato matrimonial, de su pluralidad.

Entonces, en qué creen los niños del siglo XXI, cuales son sus ficciones, cómo ellos se sitúan en el marco del actual discurso social, en la producción del niño como objeto de goce, cómo ellos se sitúan en el marco de la pluralización de la ficción matrimonial, y de la ficción del derecho. Podemos decir que para el niño del siglo XXI existe una multiplicación de las mismas, es un gran consumidor de ficciones: las horas frente a la televisión y las pantallas de los ordenadores dan cuenta de ello. No sabemos cuales serán las ficciones dominantes, ¿Harry Potter?, ¿El señor de los anillos?, ¿al revés? ¿aún se cree en Peter Pan?

         Desde el punto de vista del psicoanálisis se trata de poder situar estas ficciones que el niño produce y consume, se trata de poder cernir em ellas las creencias e identificaciones que sostienen, pero también si le sirven al niño para dar cuenta del goce, de la satisfacción que el experimenta en su cuerpo. Es esta una tarea que nos aboca a una cierta disciplina, la de operar soportando un no saber, es decir, no sabemos cuál es la ficción conveniente para los niños del siglo XXI, es algo que solamente en el uno por uno de cada niño vamos a poder situar, pero no sin él, no sin su palabra, es decir no sin considerar que él es un sujeto del Derecho, un sujeto con el derecho a la palabra, un sujeto responsable del alcance de la misma.

 

[1] S. Freud, ob. cit. Pág 192

 

en http://psicoanalistabilbao.com

 

 

Autismo y trastornos del neurodesarrollo

2015.11.25

Dentro de las actuales explicaciones del autismo, las hipótesis de las neurociencias están cobrando mayor peso hasta el punto de que en la literatura cada vez hay un uso creciente de la denominación de Trastornos del neurodesarrollo (T.N.D.), sustituyendo la anterior de Trastornos generalizados del desarrollo.

Bajo esta categoría se trata de vincular una serie de trastornos al funcionamiento del sistema nervioso y a la maduración del cerebro. Son trastornos que se inician en la infancia y que evolucionan de acuerdo con la formación del sistema nervioso y sus interrelaciones con el lenguaje y el entorno, interrelaciones que posibilitan la adquisición y perfeccionamiento de múltiples competencias. Cuando estas competencias quedan por debajo de lo normal, siendo el referente la media estadística, se considera que existe un T.N.D.

No es necesaria la existencia de una lesión neurológica objetivable, basta con una disfunción cerebral, un desajuste de los mecanismos cognitivos y emocionales que son modulados por la actividad del sistema nervioso, y que rigen el bienestar y la capacidad adaptativa[1]. En lugar de postular una relación unívoca entre genética y localización neurológica, se estiman “programas genéticos, innatos e interactivos, aplicables a procesos diversos”[2].

Estos programas se realizan a través los diferentes circuitos neuronales, en los que circula la información neuronal y/o química, circuitos que intervienen simultáneamente y que estén en la base de las operaciones mentales. El actual intento de localización y determinación de los mismos con las técnicas de neuroimagen, viene a suponer el intento por parte de las neurociencias de determinar un real propio a sus teorías.

De otra parte, ciertas corrientes extremas consideran que nociones tradicionales como creencias, deseos, sentimientos, carecen de entidad, no existen ya que carecen de referente en las configuraciones materiales del cerebro. Otras ponen el acento en la emoción, en tanto que estado de afectación corporal que permite unificar la tríada emoción-pensamiento-comportamiento, otorgando una base real. Se diferencia emoción de sentimiento; las emociones como algo innato, genético y que nos permiten desarrollar acciones adaptativas (sin pensamiento), son algo real, “son unos cambios muy reales y perceptibles en el sistema nervioso, no algo que flota en el éter”[3]; y el sentimiento como algo posterior en el que relacionamos el objeto con la emoción y las ideas que la acompañan. Estos cambios reales, perceptibles en los circuitos neuronales, permitiran dicha unificación, lo que autoriza a las neurociencias el proponerse como un nuevo monismo que puede transcender el dualismo cartesiano entre mente-cuerpo y superar tanto al psicoanálisis como al conductismo.

Laurent en La Batalla del autismo[4]nos ofrece algunos jalones con los que orientarnos en relación a estos avances de las neurociencias. Eric Laurent es claro y preciso, para el psicoanálisis se trata del desarrollo de una clínica del circuito; pero no de los circuitos neuronales, sino de los circuitos de la instancia de la letra, en la medida en que ellos van a poder aparejar sujeto y goce del cuerpo. Pues el psicoanálisis parte de un punto diferente al de las neurociencias, no parte de los datos biológicos que constituyen el cuerpo, su punto de partida es el goce del cuerpo, desnaturalizado por el choque del lenguaje, y esto es algo que queda olvidado, ignorado, elidido en las disciplinas de la neurociencia.

A la par de esta consideración del autismo como T.N.D., se produce su inclusión dentro del campo de las discapacidades. El autismo se incluye en la categoría de las discapacidades del desarrollo, junto a la discapacidad intelectual y la parálisis cerebral entre otras problemáticas[5].

Con este término se designa una serie de limitaciones en el lenguaje, en la movilidad, en el aprendizaje, en los autocuidados y en desarrollo de la vida independiente; indica una alteración sustancial del funcionamiento social y/o cognitivo que hace necesaria la provisión de una serie de apoyos dirigidos a promover el desarrollo y la educación de cara a mejorar el bienestar personal.

Es una consideración del autismo que se apoya en la deriva a la que conduce el hecho de considerarlo un trastorno en el funcionamiento cognitivo, en las competencias desarrolladas, y no como una enfermedad. Es hoy un lugar común: el autismo no es una enfermedad en un tipo de funcionamiento.

Es cierto, también que esta consideración de la discapacidad está siendo cuestionada por los propios autistas de alto nivel, que señalan que el autismo no supone un funcionamiento discapaz, sino un funcionamiento distinto, uno más dentro de la neuro-diversidad actual.

Desde el psicoanálisis, podría introducirse una consideración en este punto: reducir el autismo a un funcionamiento elimina la problemática del goce, la problemática para el sujeto hablante de cómo arreglárselas con el goce, cuestión que como sabemos hace que estemos todos locos.

El desplazamiento hacia la discapacidad favorece el predominio del sistema educativo en el tratamiento del autismo, tanto en la niñez como en la vida adulta. Es preciso organizar, entonces, entornos estructurados por parte de los profesionales en donde adquirir una serie de competencias prefijadas. La educación se reduce al establecimiento de rutinas que permiten adquirir las competencias adaptadas/útiles y eliminar las otras. El único método válido en el abordaje del autismo son, a la sazón, las técnicas cognitivo-conductuales. La alianza con las neurociencias se establece con la idea de que estas rutinas van a permitir establecer y estabilizar determinadas sinapsis neuronales. Una voluntad autoritaria de dominio está claramente en juego.

En el apartado titulado “Educación y aprendizaje” E. Laurent aborda la distinción entre estos términos, planteándola como una diferencia entre ganancia de saber y aprendizajes. Para ello introduce la hipótesis del inconsciente y sus consecuencias: “toda ampliación del saber inconsciente, o del inconsciente como saber, es al mismo tiempo un efecto de goce”[6]. A partir de este punto el abordaje del autismo, que propone el psicoanálisis lacaniano, trata de posibilitar espacios para la elaboración de bordes en los que sean posibles extracciones de goce y negociaciones con el Otro, “una vez aflojado el neo-borde, desplazado, constituye un espacio posible –que no es ni del sujeto ni del Otro- de intercambio y de invención”[7], un espacio que al constituirse puede permitir al niño autista acceder a los aprendizajes.

Para concluir quisiera tomar una reflexión, respecto de las clasificaciones médico-sociales, de J. Schovanec, conocido filósofo, escritor y militante de los derechos de las personas con autismo –el mismo tuvo un diagnóstico de Síndrome de Asperger con 22 años-; dice así: “no hay ninguna razón para creer…que lo real se pliegue a nuestras categorías mentales”[8].

El psicoanálisis puede dirigirse a este malestar que se deduce de tal inadecuación, “el autismo se convierte en una nueva forma de nombrar a los excluidos del sistema”[9], puede dirigirse al malestar de los propios autistas y al malestar social en general. Para ello, como nos indica E. Laurent, se trata de dotarnos de hipótesis que no dependan de las “incesantes variaciones acerca de la naturaleza de las causas biológicas del autismo”[10], y que permitan a la orientación lacaniana participar en los actuales debates sobre el autismo manteniendo la especificidad y utilidad del psicoanálisis. Con el apoyo en la noción del Uno del goce, que Miller extrae en sus cursos a partir de la enseñanza de Jacques Lacan, se trata de abordar el campo del autismo a partir del “cuerpo-sujeto (parlêtre)”, y por consiguiente la función del objeto autístico y los circuitos del goce que lo caracterizan.

[1] Artigas-Pallarés, J. “Trastornos del neurodesarrollo. Conceptos básicos” en Trastornos del desarrollo , Artigas-Pallarés, J y Narbona, J. Viguera ediciones S.L. Barcelona 2011

[2] Artigas-Pallarés, J., ob. cit. p. 10

[3] Damasio, A. El origen de los sentimientos en http://www.eexcellence.es/index.php/entrevistas/con-talento-entrevista/857-executive-excellence-138

[4] Laurent, E. La batalla del autismo. Grama Ediciones. Buenos Aires 2013

[5] Tamarit, J. Aproximación a una definición de “discapacidades del desarrollo” en

http://feapscantabria.org/feapscantabria/web_feapscantabria/docs/Definicion%20Discapac.pdf

[6] Laurent, E., ob.cit., p. 125

[7] Idem p. 123

[8] Schovanec, J. Yo pienso diferente, en Edicones Palabra. Madrid 2015, p. 207

[9] Schovanec, J. ob. cit. P. 209

[10] Laurent, E. ídem, p. 236

en http://psicoanalistabilbao.com

Terapia psicoanalítica

2015.11.19

Está al alcance de todo aquel que quiere saber la causa de su malestar y encontrar su propia solución; independientemente de la edad, la gravedad del problema, la premura, o el nivel cultural. Por tal motivo esta terapia puede aplicarse a niños, adolescentes, jóvenes y adultos; y es el tratamiento adecuado para un amplio campo de dificultades.

A título de ejemplo: Ataques de ansiedad, ataques de pánico, crisis (de pareja, matrimonio, procreación, hijos, estudios, laborales), depresión, disfunciones sexuales, duelo no resuelto, enuresis, fenómenos psicosomáticos, fracaso escolar, hiperactividad, problemas en el aprendizaje, trastornos de la alimentación, trastornos generalizados del desarrollo, urgencias subjetivas, vértigos,…

Inventado por Sigmund Freud a principios del siglo XX, el método psicoanalítico se dirige a tratar los síntomas, el sufrimiento, el malestar y las dificultades que podemos encontrar en nuestra vida. Su práctica no ha permanecido inmutable, ha ido evolucionando de acuerdo a las características de cada época y sus síntomas. Gracias a Jacques Lacan, el psicoanálisis sigue siendo una herramienta útil para abordar el malestar propio a este siglo XXI.

Tanto en la época de Freud, como en la nuestra, el método analítico se basa en el concepto de inconsciente y su desciframiento a la hora de encontrar explicaciones y soluciones concretas al sufrimiento, los problemas, o los malestares que nos afectan. En ese punto, muestra su diferencia respecto de otras psicoterapias que buscan la adaptación y la clasificación de los sujetos.

El psicoanálisis, apunta a lo particular, a lo más singular de cada uno de nosotros. Por eso no hace ni evaluaciones, ni mediciones, ni aplicación de procedimientos y protocolos estándar. A tal fin, se apoya en los sueños, las equivocaciones, los actos fallidos y en las ocurrencias de la persona que consulta. Se apoya en la palabra del sujeto y en la interpretación por parte del analista, sin pretender con ello la adecuación a los Ideales, buscando siempre la resolución de la dificultad.

Su duración dependerá de los objetivos que la persona se marque. Sus efectos terapéuticos no se hacen esperar.